Los que se pierden la magia de las metáforas
La semana pasada, me tropecé con un hilo que me indignó. En un primer momento, sentí la necesidad de abrir la cámara del celular en Tiktok y hacer un video a modo de respuesta. Pero no lo concreté, no tenía tiempo y un poco lo agradezco. Algunos días días después empezaron a circular rumores sobre los candidatos a participar del proyecto de serie de Max de Harry Potter; porque sí, lo que me enojó fue una serie de tuits que menospreciaba el mundo construido en la saga de J.K. Rowling. Este es el texto inicial:
Desde ya voy a aclarar que, aparte de mi obvio fanatismo, soy consciente y me encanta conversar sobre la falta de desarrollo de algunos aspectos de la historia o de los personajes, que hubieran sido más que gratificantes. No soy ni tan ingenua ni me considero tan ciega como para creer que absolutamente todo es perfecto en la saga. Por lo que, al igual que muchos, deseo que la serie complemente y profundice lo que ya hemos visto en las películas. Es más, aplaudiría si, junto a la autora, se añadieran historias de personajes entrañables. Sin embargo, el hilo en cuestión me inquietó por razones que van más allá de que critiquen a Harry.
Incluso si fue bait o un comentario desafortunado de una persona que con todo el derecho del mundo opinó en su red social, es preocupante que pareciera que no pudo leer la importancia de la pobreza de los Weasley, o el desaliño de Harry Potter en ciertos momentos de los libros o películas. Hay una lectura de índole metafórica que no está haciendo y que de alguna manera refleja un fenómeno que cada vez observo más: la falta de lectura comprometida y profunda.
Los Weasley tienen que verse así, Harry también. ¿Por qué? Porque representan un eslabón diferente y despreciado en la cadena social de su contexto. El mundo mágico tiene problemas estructurales que no se resumen en el regreso de Voldemort y su plan de liquidar a un niño. Los conflictos sociales no surgen en Harry Potter y la piedra filosofal y la pobreza en estos casos refleja la rigidez de un sistema de creencias que, de hecho, estanca a la sociedad mágica.
Los que conocen la historia saben y recordarán que hay familias que pertenecen a una élite. Los Malfoy son la representación de los “sagrados 28”: familias británicas de sangre “verdaderamente limpia”. Lo que defienden y luchan por sostener es su poderío ligado al linaje, a lo hereditario. Todo contacto con el mundo muggle es descripto y percibido como una amenaza o como una bajeza, algo indigno y sucio.
Tanto los Weasley como los Prewett (apellido de soltera de Molly) también podrían pensar así, sin embargo, por su inclinación ideológica y su manera de ver al mundo muggle son considerados “traidores de la sangre”. Este es el primer punto a tener en cuenta para comprender la importancia de que se vean diferentes al resto de las familias más ancestrales de la comunidad mágica inglesa. Arthur Weasley, por ejemplo, trabajó en la Oficina contra el uso indebido de los artefactos muggles en el Ministerio de la Magia, un empleo subestimado y despreciado por muchos magos por razones obvias.
«Tenemos una idea muy diferente sobre lo que deshonra el nombre de un mago, Malfoy.» le dice Arthur a Lucius cuando se encuentran en el Callejón Diagon; evidentemente hace referencia al desdén que demuestra dicha familia hacia la gente como ellos: tolerantes, y hasta curiosos, con los muggles. No son pocos los comentarios cargados de menosprecio que los Weasley reciben de los Malfoy, todos fundamentados en su “traición a la sangre”. (Sí, si estás pensando en los de Draco, confieso que yo también.)
Comprendiendo que la comunidad mágica funciona casi de manera medieval, con gremios hereditarios por ejemplo, y con un rechazo todavía muy instalado hacia los muggles, los squibs (hijos de magos sin magia), o los “sangre sucia” (hijos de muggles con magia), se llega a la conclusión de que, para los más supremacistas, la tecnología no mágica es un peligro, no sólo para ellos, sino para toda la estructura económica y social. La pasión de Arthur por explorar el mundo muggle nos parece simpática cuando pregunta la función del patito de hule, pero no es una inquietud por todos aceptada y festejada.
En definitiva, esta segregación se expresa visualmente en la pobreza de la familia. En su hogar, sus ropas, su necesidad de compartir útiles y túnicas (menos Ginny, la niña esperada por Molly). Es necesario para el lector y el espectador niño ver a los Weasley de esta manera, y no tiene que hacer demasiado esfuerzo para interpretar que se ven así porque son distintos, son los agradables, los simpáticos y los que, a pesar de tener que recurrir a libros usados, nunca le niegan un lugar en la mesa a Harry ni a Hermione. Además, si se tiene en cuenta lo que hacen cuando ganan la lotería también se entiende muy fácilmente que lo importante para ellos difiere de lo que puede ser para los Black (por no mencionar solo a los Malfoy).
Arthur podría haber accedido desde un principio a un puesto de trabajo que lo remunerase mejor, pero para eso, debía renunciar a sus principios. Esa defensa de los valores que tanto se estiman en la saga lo perjudica económicamente, pero no le quita su dignidad. Todos los integrantes de la familia saben quiénes son y de qué lado de la historia están, y a pesar de que Ron o Percy sí sufran algo de esta pobreza, debe considerarse por qué les ocurre y cómo lo resuelven (algo que no haré en esta oportunidad).
El caso de Harry Potter se diferencia al de la familia de su mejor amigo. Al protagonista de la saga, lo vemos desaliñado, con ropas heredadas, teñidas, enormes para su cuerpo, al principio, cuando vive con los Dursley, en el mundo muggle. Aunque Harry comparte con los Weasley ese deseo de una convivencia pacífica, tolerante, incluso enriquecedora, a él lo excluyen los mismos muggles y lo desprecian, justamente, por ser mago, hijo de magos.
Sin embargo, a pesar de esta diferencia, queda claro que las ropas raídas y viejas son una marca de los personajes, una parte de su identidad y de su historia. Cuando Harry halla su lugar en el mundo, descubre que tiene dinero, pero más importante todavía, encuentra su hogar.
Todo este brevísimo y escueto análisis es imposible si no se efectúa una lectura que supere un acercamiento superficial y una comprensión básica de la saga. Si J.K. Rowling pensó o no en estos fundamentos, poco importa, ya que hay símbolos y metáforas que nos trascienden y que no tienen por qué ser aplicados conscientemente para que podamos utilizarlos y comprenderlos.
Hoy no voy a expresar lo alarmada que estoy porque en las redes sociales se dice cualquier cosa, con tal de decir algo, sino mi preocupación porque se extienda esta manera de criticar una historia: con muy poco compromiso.
Vivimos entre metáforas, son un recurso que supera lo estilístico y lo artístico, “la mayor parte de los conceptos se entienden al menos parcialmente en términos de otros conceptos” (Nubiola). En este caso en concreto, una saga destinada a un público infantil primero, y luego juvenil (dato no menor para demandar construcciones de mundos y conflictos), no sólo cuenta el enfrentamiento de un niño de 11 años con un villano que lo persigue por el sólo hecho de existir.
No alcanzar a desmenuzar cómo se construyen los personajes y los grupos a los que pertenecen demuestra que les hace falta una segunda lectura más profunda, en la que pueden empezar a comprender y vislumbrar el sistema de creencias sobre el que se erige el mundo mágico; sistema que no pocos problematizan y desean modificar.
“Las palabras por sí solas no cambian la realidad, pero los cambios en nuestro sistema conceptual cambian lo que es real para nosotros y afectan a la forma en que percibimos el mundo y al modo en que actuamos en él” (Nubiola), y cuando los “sangre limpia” señalan a otros como “sangre sucia” o “traidores de la sangre” están defendiendo una ideología que supera el enfrentamiento personal de Harry Potter y Voldemort. El mundo mágico lejos está de ser perfecto y derrotar al Señor Tenebroso es un primer paso. Qué casualidad que la principal red de contención y protección emocional de Harry Potter sean los que se ven como pobres.
En conclusión, más allá de que existe la Ley de Gamp que nos explicaría por qué no puede crearse comida y acabar con ese tipo de escasez, al pedir dichos fundamentos nos estamos quedando con lo literal. No se está haciendo una lectura profunda y simbólica de la importancia de la pobreza como marca de quiénes son los personajes. No es la falta de dinero lo que los diferencia del resto, es el valor que le dan a los principios que tienen, que importan mucho más que las posibilidades que tendrían si repitieran discursos supremacistas y accedieran a mejores empleos por su historia familiar.
Para terminar este “materapéutico” quiero repetir mi deseo: ojalá la serie que se está proyectando sobre una historia que ya han contado y que ya tiene representaciones no sólo visuales, sino también musicales (no se atrevan a criticar la banda sonora, por favor), sea capaz de aprovechar todo este universo simbólico que tanto sentido tiene para la trama; que no se deje llevar únicamente por las exigencias del mercado, porque para eso, prefiero que inventen otra. Como Albus Dumbledore supo expresar alguna vez "Las palabras son, en mi no tan humilde opinión, nuestra más inagotable fuente de magia".
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