Censurar no es sólo quemar libros

En el presente democrático en el que vivo, el término censura parece lejano, típico de clases de historia, de documentales sobre un pasado complejo y turbulento (no sólo de mi país). Sin embargo, estos últimos días, y sí, también a raíz de todo lo que viene aconteciendo con el programa Identidades bonaerenses del gobierno de la provincia de Buenos Aires, el concepto resurgió no sólo en mi mente, sino también en conversaciones y debates que mantuve -y mantengo- con varias personas.

Todos somos, en alguna medida, conscientes de que hubo y hay libros censurados, prohibidos, apartados de las bibliotecas escolares o de las librerías comerciales. También me ocurre que, debido a la difusión de información en las redes sociales, me entero de que esta práctica es mucho más normal de lo que me imaginaba. El hecho de que 1984 de Orwell, Un mundo feliz de Huxley, El origen de las especies de Darwin, incluso Rebelión en la granja, encabecen las listas de los textos más apartados de currículas y estanterías no me sorprende, lamentablemente, tanto. Y lo digo en presente: no son libros prohibidos en el pasado, esto acontece también hoy. 

Pero ¿sabían que Buscando a Wally lo fue en la década de 1990 en varios estados de EEUU?


Comprendo la razón: en la imagen problemática se veía el dibujo del perfil de un seno de una mujer que hacía topless. Hoy nos puede parecer ridículo, pero entendemos que en ese contexto temporal (y espacial) el ilustrador británico Martin Handford se había “sobrepasado”. Casos como este, en los que los títulos censurados nos parecen una exageración de alguien que no lee, o de un grupo que quiere ejercer un control violento sobre el consumo de textos (literarios o no), hay varios. Algunos han quedado, como ya dije, en el pasado, y si me enfoco en lo que acontenció en nuestro país pienso en artistas como Mercedes Sosa, León Giego, María Elena Walsh, Mario Bentedetti, Mario Vargas Llosa, entre muchos otros. Pero ¿conocen al autor Salman Rushdie? ¿están al tanto de que, contra un libro que escribió,
Los versos satánicos
(que no lo son), y por razones religiosas han atentado contra su vida, asesinado traductores y proclamado una condena de muerte? Les dejo un video cortito para que lo vean: Salman: autor amenazado por su libro

Podremos refugiarnos en que todo esto ocurre en situaciones y contextos culturales donde, sabemos, la libertad de expresión es una práctica “complicada”. Incluso seguramente muchos dirán “ves, esto es censura”, pero lamento decirles que no es necesario llegar a estos extremos “locos y lejanos” para poner en práctica una actividad y actitud censora. Y a esto apunta esta larga reflexión: censurar no sólo es quemar libros. Por definición, censurar es “corregir o reprobar algo o a alguien”; la censura, como sustantivo, implica un “dictamen o juicio que se hace o da acerca de una obra o escrito”. No debe limitarse, entonces, su signifcado a los actos más extremos y aberrantes de hacer piras con libros, quemar bibliotecas, armar listas negras o asesinar artistas.

Según Roger Chartier, la literatura y la censura coexisten. La cultura y los intentos de control y/o represión parecen inseparables. Siento que afirmar esto me deprime un poco, pero si lo pienso detenidamente, tiene bastante sentido, porque, repito, la censura no tiene que presentarse igual en todos los tiempos y lugares. En la actualidad, estamos ante un fenómeno que Juan Soto Ivarse llamó poscensura.

Al analizar lo que ocurre en las redes sociales y el cambio de paradigma que significó su aparición en todo lo referente a la libertad de expresión, llegó a la conclusión de que, a pesar de no estar bajo gobiernos autoritarios y represivos de manera explícita y literal (y en corcondancia con lo que Pierre Bordieu llamó censura estructural ) no estamos a salvo de cierto control de discursos. La forma en la que esta poscensura se hace evidente es en la cantidad de linchamientos virtuales que podemos observar día tras día en cualquier red social.

Esto está muy lejos de una crítica, porque no se trata de una idea fundamentada, una “respuesta argumentada” que tiene como fin el debate, el intercambio de miradas. La crítica es una “herramienta intelectual” que nos nutre como individuos y como especie. En cambio, el linchamiento es el que más se relaciona con lo masivo, lo irracional, lo emocional. Es el ataque personal a alguien que ha expresado su opinión sobre algún tema; ataque que está basado, fundamentalmente, en falacias y desinformación, en repetición de prejuicios.

Y esto es lo que pasa hoy con Dolores Reyes y su libro Cometierra.

Es innegable que la preocupación por lo que lean los chicos en las escuelas es más que válida. Lo traté brevemente en la entrada anterior. Sin embargo, lo que hace más espuma, lo que veo con más frecuencia y me alarma es el linchamiento, un comportamiento que sirve a las redes sociales. ¿No se dieron cuenta? Los algoritmos (como les decimos hoy a las reglas y las formas que tienen estas plataformas de funcionar y difundir el contenido) se nutren de nuestras emociones, y de algunas bastante básicas. La indignación y el enojo son dos de ellas. Una de las piezas claves para mantenernos enchufados a las redes es la tensión, la ira, una emoción bien primitiva, que nos nubla el juicio.

A esta autora, y a todos los que han intentado dar su opinión al respecto (de manera respetuosa e incluso formada), los están llenando de comentarios o reseñas violentas y sustentadas en la ignorancia. Hay que saber distinguir entre lo que mencioné antes, el interés por el catálogo de libros en bibliotecas escolares, y la nula voluntad de ver la complejidad del evento. Aunque son varios los que han pretendido quitarle el foco a lo partidario (no a lo político, porque eso es imposible), la poscensura tiene más adeptos. He visto muchos comentarios en los que se niega el linchamiento porque “nadie ha prohibido explícitamente la circulación de los textos polémicos”, es decir, comprenden que tiene que haber, de manera literal, una práctica de este tipo para considerarlo persecución o censura.

Como también dije en la entrada anterior, a estas actitudes se las enfrenta con información y reflexión. Debemos ser conscientes de que cualquier actitud censora tiene como fin modificar el flujo normal de la información, lo que limita su acceso, y tiene como consecuencia más grave que se dificulta la “comprensión de la vida social, en su diversidad y complejidad” (de Lima Grecco). Sé que pueden decirme que nadie está prohibiéndole la lectura individual a los adultos en la comodidad de su casa. Sin embargo, los argumentos que se esgrimen para eliminar el libro como opción escolar son, como poco, cuestionables, porque no son aplicables a todos los contextos. De manera que querer establecer una norma universal que limita el acceso a un texto me parece inverosímil.

Además, de fondo, hay cierta subestimación necesaria para que la censura sea eficaz. En líneas generales, considerar que un discurso o una persona hacen peligrar la estabilidad y el carácter moral de los individuos muchas veces habla de una consideración injusta para con el sector al que se quiere “proteger”. ¿De qué manera? Atribuyéndole una extrema inferioridad mental, convirtiéndolos en seres con poco o inexistente pensamiento crítico y fáciles de influenciar.

Por otro lado, hay valoraciones de tipo estilísticas. “El texto contiene un vocabulario que para nada enriquece al público lector”, y más allá de que exista una censura valorativa cimentada en estos argumentos, resultan un poco más pensadas e informadas. ¿Cómo negarle la opinión sobre el estilo de la autora a alguien que lo ha leído y que tiene derecho a compartir su parecer? Tampoco vamos a suponer que la censura se dirige siempre hacia un solo lado de la sociedad.

Ahora, también me gustaría tener en cuenta que la construcción del canon lleva su tiempo. Hoy leemos obras que fueron muy criticadas y rechazadas por la gente contemporánea al autor, por ejemplo: Moby Dick, de Melville; El gran Gatsby, de Fitzgerald o El señor de los anillos de Tolkien. ¿Quién negaría el valor de estas obras en la historia de la literatura? Nosotros, quiero creer, que no.

¿Y si ocurre lo mismo con libros como Cometierra? No tengo forma de adelantarme y saber qué ocurrirá institucionalmente con este libro ni con su autora. Lo que sé es que las ventas aumentaron y yo, de hecho, lo estoy leyendo para analizarlo. Por eso me parece imperioso que no se deje avanzar ningún tipo de práctica censora, porque además “la uniformidad ideológica y la lucha contra un pensamiento disidente constituyen la base para la centralización y el fortalecimiento del poder autoritario” (de Lima Grecco).

Censurar un libro como estos, en los que el vocabulario y los personajes nos parecen “poca cosa”, “mal hechos”, “incapaces de ser fuente de debates que educan” puede conducirnos a acallar identidades. Determinar que un libro no vale la pena en ningún contexto posible en el que ese libro circule es negar realidades que existen, con las que compartimos el espacio y el tiempo. Hacer una pira simbólica con Cometierra, o peor, con Dolores Reyes y otras autoras, nos limita.



Comentarios

  1. Hasta el peor libro puede ser buen material de estudio, dependiendo de qué se estudie. Y aunque la censura es inevitable, me da fe en la humanidad que siemore tenga resistencia ♥️ Maravillosa entrada

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