¿Mejores lectores?

Terminamos el primer mes del año y no fueron pocas las veces que vi contenido vinculado a cuántos libros leyeron el año pasado, cuántos planean leer durante el 2025 y cuántos devoraron ya en enero. Culturalmente, es cierto que la cuestión de la cantidad es una preocupación transversal a distintas prácticas y costumbres humanas, pero en algún momento creí que la lectura sería el bastión desde donde nos defenderíamos de lo vertiginoso, de lo que con increíble velocidad parece que se nos va imponiendo, quién sabe quién y quién sabe desde dónde.

Ojo, tampoco seré tan ingenua como para suponer que nunca ha habido cierta competencia entre lectores, antes de que existan las redes sociales. Sin pensarlo demasiado, recuerdo lo importante que siempre ha sido terminar un libro que estuviera en boca de todos antes que nadie, o la normalidad de colgarse la medalla de “fan supremo” si conseguís adquirir una saga completa a medida que los ejemplares se publican.

Lo que me inquieta esta vez es la imagen del lector voraz multiplicada hasta ser casi caricaturesca. Pretendiendo ser honesta, y a riesgo de sonar snob, me pregunto: ¿por qué creemos que nos hemos convertido en mejores lectores ahora que creamos contenido y difundimos la lectura? En mi opinión, ocurre todo lo contrario. Seré fatalista, pesimista, apocalíptica, anticuada, incluso un poco contradictoria, ya que yo también tengo una cuenta en el mundillo bookstagram, pero hay varias las razones por las que aplicaciones como Tiktok y Goodreads me hacen ruido desde hace varios meses. De hecho, los que me conocen saben que soy de las peores personas para mandar Tiktoks, así que aprovecho y hago una disculpa pública (?). 

El caso es que no son pocos los estudios que se vienen llevando a cabo hace ya más de una década y que pretenden describir, explicar y, en muchos casos, alertar sobre lo que ocurre entre nosotros y las pantallas. Tendré en cuenta aquellas conclusiones que pueden extrapolarse a lo que a la lectura atañe y, antes de aventurarme, haré una aclaración: no considero que las redes o Internet sean malos o perjudiciales por sí solos, incluso han permitido y potenciado prácticas positivas, pero hoy es real e imperativo que debemos alcanzar un uso consciente de estos.

¿Soy una exagerada? ¿Cuánto daño pueden hacernos aplicaciones como las mencionadas?

Partamos de la base de que el comportamiento adictivo que impulsa y propicia una pantalla cargada de estímulos variopintos conlleva conductas ligadas a la ansiedad y complicaciones en la construcción de vínculos. Yo supongo que casi todos nos hemos topado con algún artículo o video que advierte sobre los cambios estructurales en el cerebro, ligados al control cognitivo y a la regulación emocional.

Estos comportamientos nocivos han sido comparados con la dependecia a varias sustancias, pero no deberíamos perder de vista que el uso de las pantallas ya no es exclusivo de jóvenes y adultos; lo que, para mí, agrava la situación. Estamos hablando de que desde la niñez se ve afectado el correcto desarrollo cerebral y que expresiones como gratificación instantánea, o inconvenientes en la resolución de problemas que requiera de procesos, se utilizan al analizar la conducta de muchísimos niños.

La necesidad de que todo se plantee y concluya en pocos minutos con mucho estímulo de por medio (a veces todos los que se puedan, juntos) nos atonta. Y no. No hay tal cosa como el multitasking. Paul E. Dulz, profesor de la Universidad de Vanderbilt demostró mediante resonancias magénticas que muchos hemos creído en un mito: el cerebro no puede afrontar más de una tarea a la vez, excepto las automáticas. Lo que en realidad hacemos es combinarlas y eso, obviamente, afecta el nivel de concentración que podemos dedicarles y que desarrollamos.

Como sostuvimos más tiempo del que deberíamos esa teoría, muchos se dispusieron a fomentar la multitarea y la exposición a estímulos sin discreción, estudio ni conocimiento a niños y jóvenes. Por eso, con el correr de los años y como afirma Arlandiz (2011), es más frecuente ver que “la secuencia que comprendía tres elementos, partida, viaje y arribo, ha ido perdiendo su elemento intermedio, reducido en muchos casos a lo instantáneo, simultáneo y virtual”.

Las consecuencias de este comportamiento en nuestrás prácticas de consumo implican, en general, que lo que se aprecia y busca es la posesión de objetos acumulables, muy vinculados a modas demasiado transitorias. Y cuidado, que estemos en una era más virtual que física no significa que no haya mercado para coleccionar; me atrevo a decir que se ha potenciado debido a la oportunidad de difusión y comercio digital.

Este consumismo parece oponerse al aprendizaje y al conocimiento. ¿Por qué? Porque nada que lleve demasiado tiempo y que no genere una gratificación instantánea y/o algún rédito económico rápidamente coincide con las metas de una gran mayoría.

El argumento de la facilidad que nos dan Internet y las redes sociales para formar comunidades y favorecer la comunicación también queda en la mira de este análisis bien apocalíptico, a lo Eco. La idea de que los algoritmos nos estudian y nos ofrecen contenido personalizado ¿no va un poco en contra del concepto de tribu global, diversa y vinculada? No “finjamos demencia”: la segmentación nos encierra en nuestra zona de confort de consumo: de ideas, productos y costumbres. ¿No les ha pasado, por ejemplo en Twitter (porque X es un nombre que negaremos siempre), que les sorprende si de repente aparecen tuits que nada tienen que ver con lo que suelen leer? A mí me ha ocurrido una cantidad de veces suficiente como para intentar entender dos cosas:

-que ese “ser superior” está probando a ver cómo reacciono a contenido viral y en tendencia,

-que alguien a quien yo sigo sí le interesa, y lo ha demostrado de alguna manera, por lo que, una vez más, el “Sr. Algoritmo” me lo ofrece, por si a mí también me engancha en sus redes.

Pensarnos como sujetos de prueba constantemente es un poco sombrío, pero tampoco podemos negar que acontece, y el impacto que ya he dicho que todo esto tiene en el cerebro a grandes rasgos lo único que hace es allanar el camino para que no problematicemos ni cuestionemos, para que consumamos sin chistar. ¿Dónde queda la posibilidad del pensamiento crítico, del intercambio de pareceres? ¿Qué tipo de lectores se construye si no nos alejamos un poco de todo esto?

En los casos más extremos, y muchos de los que han crecido tan a la par del bombardeo de las pantallas y sus ritmos frenéticos, hemos podido ver que hay quejas acerca de la cantidad de palabras que tiene un libro o de la utilidad de las descripciones. No voy a negarlo: todo eso me aterra. Sobre todo porque suele venir de lectores que supuestamente lo son, lo que hace que me pregunte ¿en qué pensaron que consistía la lectura? Si bien las imágenes se leen (gracias a entender eso también comprendemos la belleza de un libro álbum) ¿cómo llegaron a sentir molestia por el hecho de que en una novela de más de 200 páginas haya palabras? ¿o a leer en diagonal? ¿o ignorar todo menos los diálogos?

La respuesta tiene que ver con lo que he ido mencionando y profundizaré: estamos perdiendo el rumbo. Hay un enfoque mucho más cuantitativo que cualitativo en la lectura y no es tan difícil aceptar que lo efímero y lo superficial tienen su nido en redes sociales como Tiktok, y la obsesión por la cantidad, en aplicaciones como Goodreads. Quizás alguien se preguntará ¿Instagram se salva? ¿Y Youtube? Puedo intentar responderlo después.

Resulta que en los últimos dos o tres años, creo que se ha profundizado en muchìsimas cuentas la tendencia a: contabilizar incluso en sus biografías la cantidad de libros que ya leyeron vs su meta, participar de retos de lectura maratónicos, wrap up’s en los que se destaca, adrede, que han leído 8 libros o más en un mes. ¿Está mal esto, en esencia? ¿Estoy en contra de que se lleve un registro? Para nada. Cada uno como lector elige su camino (o no, el camino lector te elige a vos, como las varitas). Hay quienes se establecen las lecturas del mes y luchan por cumplirlas, otros van viendo su estantería, su mesa o su caja de libros y se dejan llevar por algo más intuitivo. No estoy escribiendo esto para juzgar tampoco la habilidad de quienes pueden terminar más de 5 libros en cuatro semanas. Sí para preguntarme por qué pareciera que, para pertenecer al grupo de lectores que crean contenido, hay que ser así. Incluso me atrevo a decir que generan cierta ansiedad en aquellas personas que están acercándose a la lectura.

Dos párrafos atrás, separé a Instagram y a Youtube de Tiktok, sobre todo, y lo hice porque, en mi experiencia, el eje temporal se vive de manera diferente. Sí existen las historias y los shorts, pero, aunque quieran transformarse en ese tipo de redes sociales, no son su base real. En Instagram y en Youtube el contenido tiene una permanencia diferente, incluso se destacan porque permiten construir comunidad.

Sin embargo, no son inocuos del todo. Por ejemplo Instagram ha contribuido a un esteticismo exagerado. La valorada dedicación de muchos de los que forman parte de bookstagram por aprender sobre composición fotográfica, por llenar sus bibliotecas de decoración, y/o conseguir las ediciones especiales de muchísimos libros, resalta el valor del libro como objeto que se colecciona y exhibe. Cualquiera puede creer que para ser aceptado en la comunidad digital de lectores, hay que saber construir un escaparate.

Todo es tan escénico que empezamos a dividirnos entre nosotros, y me parece algo triste que estemos llegando a este punto. Ser lector siempre fue para mí formar parte de un grupo de personas que no necesitaba hacer ruido constantemente, que sabía que se acompañaban, que se cruzaban en el transporte público y espiaban los títulos de manera cómplice. La parte negativa de todo aquello era que esa unión discreta ocurría porque en general éramos los raros, o los frikis, o los nerds. Hoy, gracias a los lectores que fueron valientes años atrás y se atrevieron a mostrarle al mundo en sus redes sociales lo profundo que es abrir un libro y adentrarse en una historia, no da ni pudor ni algo de temor compartir esa faceta de nuestra vida. Ese agradecimiento, decía, se ve teñido de algo de tristeza porque empieza a construirse una segmentación con mucha firmeza: los lectores para las redes y los lectores en las redes.

Entonces, entre la importancia desmedida de la cantidad de libros leídos/por leer, la presión por transformarse en un lector “de verdad” (porque si creás contenido lo sos ¿o no?) y terminar una historia en tres días, la velocidad con la que las tendencias rotan en cuanto a géneros que se leen, autores que se elogian, personajes que se aman… entre todo eso ¿dónde queda la comprensión profunda? ¿en qué momento se permiten cerrar el libro porque leyeron una frase que los dejó perplejos? Porque, confieso, yo me los imagino leyendo casi sin respirar.

No nos engañemos. El contenido que suele generarse- o que se aconseja que se haga- y, por lo tanto, lo que la gente ve que es un lector, nada tiene que ver con la profundidad. Hagámonos cargo de que hay una gran mayoría (o por lo menos, los que se conocen más) que, al convertirse en objetos de consumo, propalan un vínculo con los libros que pareciera efímero y superficial. Al prestarle atención a los tiktoks o los reels que los emulan podemos ver por lo menos tres características:

  • suele ser un contenido altamente procesado, con cortes, mucho dinamismo, muchos estímulos audiovisuales y poco texto.
  • ni siquiera hay tiempo para comentar bien las tramas y argumentar sensaciones: se enlista términos clave convertidos en tropes y ya.
  • todos leen casi lo mismo, lo que recién sale del horno.

Esa rapidez y continuo movimiento les hace creer a varias personas que la lectura es igual que un tiktok, que todo tiene que ser parte de la acción de la trama y que el resto sobra y se puede saltear. Dice Garralón (2014), en un artículo bastante polémico, pero que tiene algunos fragmentos con los que coincido: “Para esta comunidad si un libro es cortito se lee “rápido” pues elementos como el flujo de conciencia, el monólogo interior, la prosa retórica, la intertextualidad o el experimentalismo –por citar algunos pocos que tan bien nos recordó David Lodge en El arte de la ficción– están fuera de su radio de entendimiento.”

¿Por qué es tan importante hablar de esto?

Por varios motivos; algunos personales y otro más colectivos.

La lectura, para mí, es una pausa. Un momento en el que todo lo que me rodea se suspende y sólo estoy yo con los personajes, su mundo y sus conflictos. No diría que solamente es un escape, porque muchas veces el libro me dispara preguntas muy ligadas a mi realidad y me obliga a remirarlo todo.

Para todos los que tenemos el privilegio de leer, constituye una práctica con incontables beneficios: desarrolla la empatía al obligarnos a conocer y vivir las experiencias de múltiples personajes, ocasionalmente en contextos opuestos a los nuestros; nos acompaña a transitar experiencias complejas como la muerte o la migración; nos ayuda a lidiar con algunas emociones; nos permite ensimismarnos, (¡con lo importante que es esto!); entre muchas otras cosas.

Y todo esto lleva su tiempo. No podemos consentir la creencia de que abrir un libro se asemeja a desbloquear el celular y dejar que las redes sociales y las aplicaciones “drogue” nuestro cerebro. Es justamente lo contrario: al leer, nos volvemos más conscientes de lo que alguna vez fuimos antes de hacerlo, por más que sintamos que nos desconectamos de todo, “la lectura de libros, puede ayudar a los jóvenes a ser un poco más sujetos de su propia vida”. (Petit, 1999)

La evasión que puede ofrecernos el mundo digital es estéril, lo que sucede cuando leemos es un proceso exigente, desafiante; por ejemplo, al encontrarnos sumergidos en un mundo de fantasía el esfuerzo empleado puede variar de lector a lector y de libro a libro, pero es un proceso de subreación en el que construimos pueblos, les damos vida a criaturas mitológicas, todo combinando e interpretando palabras. Todas las palabras.

Ese refugio del que hablo corre un poco de riesgo.

Si ciertas áreas de nuestro cerebro están “en peligro” desde que lo bombardeamos con estímulos y, encima, transformamos a la lectura en un proceso igual de mega estimulante, para mal, ¿dónde nos vamos a refugiar? ¿en qué lugar podremos desarollar, a la vez, la consciencia y la capacidad de evasión?

Para terminar por hoy, quiero dejar en claro que aunque la lectura haya parecido en algún momento una práctica solitaria, es un acto colectivo, como reflexiona Irene Vallejo (2024), “que nos avecina a otras mentes y afirma sin cesar la posibilidad de una comprensión rebelde al obstáculo de los siglos y las fronteras”. Ese contacto con el otro y el intercambio de pareceres nos protegen contra una época compleja a nivel intelectual. En un mundo en el que nos arrojan información mezclada con mentiras o errores, es muy importante ser consumidores críticos, contar con espacios y prácticas que estimulen nuestra capacidad de reflexión y nuestro pensamiento.

No abandonemos a la literatura volviéndonos lectores holgazanes, superficiales, que se contentan con que un escritor reúna determinados clichés y nos cuente una historia con casi nula construcción. Entendamos que cuando alguien critica una historia por estas razones, y se esfuerza por dar fundamentos demostrables sin atacar, no está en contra de los gustos de nadie. Está exigiéndole a ese autor, a ese libro, a esa editorial, que se tomen en serio el arte de narrar, que no significa que deba incluir palabras complejísimas o tramas muy enrevesadas, pero sí calidad. Y la única manera de demostrar que no nos vamos a conformar con la mediocridad es diferenciando a la lectura de cualquier trend que se hace viral.

Lo efímero de hoy en día se combate con estos objetos que no son eternos materialmente, sino de manera espiritual. Las historias perviven en nosotros. Como en un libro que jamás me canso de recomendar se lee: “Cada libro, cada tomo que ves, tiene alma. El alma de quién lo escribió, y el alma de quiénes lo leyeron y vivieron y soñaron con él. Cada vez que un libro cambia de manos, cada vez que alguien desliza la mirada por sus páginas, su espíritu crece y se hace fuerte.” (Ruiz Zafón, 2001).



Fuentes de consulta:

https://www.cureus.com/articles/162175-effects-of-excessive-screen-time-on-child-development-an-updated-review-and-strategies-for-management#!/authors


Arantxa Vizcaíno Verdú (coord.), Mónica Bonilla del Río (coord.), Noelia Ibarra Rius (coord.) (2021), Cultura participativa, fandom y narrativas emergentes en redes sociales. España: Dykinson

Arlandis López, Sergio; ‎ García García, Miguel Ángel. (2011). Olvidar es morir: Nuevos encuentros con Vicente Aleixandre. España: Universitat de Valéncia.

Cerrillo Torremocha Pedro César, Yubero Jiménez Santiago, Larrañaga Rubio Elisa (2002) Libros, lectores y mediadores: la formación de los hábitos lectores como proceso de aprendizaje. Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha.

Pozzoni, E. O. (diciembre, 2023). “Tik-Tok y la literatura juvenil: apuntes sobre el fenómeno booktoker en Argentina”. En Catalejos. Revista sobre lectura, formación de lectores y literatura para niños, 17

Vallejo Irene (2024) Manifiesto por la lectura, Madrid: Editorial Siruela

Comentarios

  1. Qué precioso artículo y qué cierto. Como toda moda, pasará y quedarán aquellos que estén hechos para el mundo de la lectura. Lo que nos preguntamos ea cuántos van a quedar.

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