Better Man: entre bailes y lágrimas
A los 13 años me regalaron mi primer cuaderno A4. Empezaba la secundaria y, aunque después preferí seguir usando carpetas, lo guardé para anotar las “cosas que me interesaran” o “historias por contar”. No tendo idea de qué pasó con ese cuaderno, pero sí recuerdo que una tarde, con la computadora conectada a Internet dial-up (qué nostalgia recordar ese ruido ¿no?), tomé la decisión de transcribir las letras de las canciones que más me gustaran. ¿Cuál fue la primera? Angels. Incluso me atrevo a decir que fue la primera que aprendí de principio a fin y entendiendo lo que cantaba. No me convertí en una fanática acérrima de Robbie Williams porque Iron maiden apareció en mi camino, pero tenía todo para gustarme: era un rebelde, parecía divertido, tenía ojos claros y un videoclip que escandalizaba.
Para mí es extraño enterarme de que en EE.UU., por ejemplo, es casi un desconocido. Cualquier persona de mi entorno tiene por lo menos una idea de quién es Robbie Williams -una vez que se aclara que no estamos hablando del actor, Robin-. Por eso, cuando empecé a ver en las redes sociales que la película biográfica de él lo representaba como un mono pensé: “No esperaba otra cosa” y “esto tiene que estar buenísimo”. Y si la viste, no te creo si no estás de acuerdo conmigo; perdón, esta reseña dista mucho de los análisis que siempre pretendo hacer, algo alejada del tema. Acá estamos vos, yo y Robbie Williams-chimpancé.
Better man se estrenó el año pasado, en el 51.º Festival de Cine de Telluride, el 30 de agosto, en Estados Unidos el 25 de diciembre y el 27 de febrero del 2025 en Argentina, como para dar un contexto. El director es Michael Gracey, que ya me había maravillado en The greatest showman y, pese a que escuchamos la voz de Robbie y vemos en el chimpancé muchísimos, muchísimos, gestos del cantante, gracias al CGI y a haber grabado 100 movimientos suyos, es interpretado por Jonno Davies.
¿Ganó premios? Sí, pero fue un fracaso de taquilla. No voy a perdonarle esto al público estadounidense, porque alguien podría pensar que es necesario ser fanático de Robbie Williams para disfrutar de la película, o que si elegís que el protagonista sea un animal, es lógico que fracase por inverosímil. En mi opinión, argumentos endebles.
Empiezo por la supuesta sensación que a veces dan este tipo de películas: si no tenías pósters, será difícil que entiendas lo que pasa. Acepto que algunos guiños y referencias a la carrera artística se identifican con más facilidad, pero la estructura narrativa de Better man es tan prolija que las ideas y emociones que la componen se recorren sin problema alguno. En dos horas y quince minutos vemos “crecer” a un Robert Williams y convertirse en Robbie. ¿Por qué las comillas? Porque como él mismo ha dicho en varias oportunidades, lo que menos hizo durante sus primeros años como ídolo pop fue madurar, es decir, evolucionar. ¿Ya ven lo necesario que era el simio?
Además, no sólo representa al cantante respetando su propia percepción de sí mismo -tema clave de la narrativa- sino que, al parecer, conmueve más al público. Tiene su lógica: ver sufrir a un animal entristece, da impotencia. Su vulnerabilidad, a algunos más y a otros menos, despierta en nosotros casi una necesidad de protegerlos, de alejarlos de los seres humanos que lo lastiman. Confieso que en más de una oportunidad, viendo la película por primera vez, no pude mantenerme callada y manifesté mi deseo de que dejaran al chimpancé en paz. De manera que la crítica que le han hecho algunas personas a este aspecto de la película es, como poco, un comentario algo simple.
Mencioné la estructura narrativa, tengo que detenerme ahora en el ritmo.
Better man como película es una mezcla entre el frenesí y la locura con la contemplación y la fragilidad. Los comentarios que haré a continuación no contienen spoilers, hasta determinado momento de la reseña; hay ciertas escenas que quiero dejar destacadas, lo avisaré.
En cierto orden cronológico, la historia comienza con un Robbie Williams pequeño que ya quiere ser alguien, teme ser “nadie”. Me corrijo, un Robert Williams, que vive con su madre, abuela y padre, con quien disfruta cantar Sinatra. La dinámica familiar se complejiza enseguida y las escenas tiernas se tiñen de amargura. Este contraste de transiciones fluidas va a ser la técnica que marque el ritmo de la película: sentir que todo es puro movimiento, entre canciones y bailes, hasta que un minuto después se detiene el tiempo, se detiene ese ir y venir y contectas, no ya con Robbie, sino con Robert y sus emociones; se escucha una melodía de fondo, se observa un brillo en la mirada del chimpancé y podés derramar más de una lágrima.
Y no hay descanso ni pausa en el medio que valga. La montaña rusa de emociones no te deja respirar; entre un acorde y otro, casi no tenés tiempo de respirar hondo después de disfrutar, para mí, de una de las mejores coreografías de películas musicales de los últimos tiempos . Por supuesto que hablo de la que hacen para Rock DJ.
Esa misma voracidad del tiempo y de la fama es la que también consume a un Robbie Williams cada vez más desconectado de sus raíces y de la estabilidad, y en ese punto de la historia todo se tambalea con más intensidad. Llegamos a asomarnos al interior de una persona-personaje en la que hay de todo, menos paz. Llegamos al punto de quiebre, el que nos va a llevar a preguntarnos ¿y cuándo llega “el Better Man”?
Dije que avisaría cuando empiece a ilustrar mis palabras con eventos específicos de la película, y es lo que viene a continuación. Así que si no la viste y no querés saber nada de nada, te dejo un último comentario: mirala. No importa si te gusta la música de Robbie Williams, de verdad, dudo que vayas a arrepentirte porque si hay algo que ese hombre sabe hacer desde siempre es, por lo menos, entretener muy bien.
Continúo…
¿Cuándo llega “el Better Man”? ¿Cuándo termina esta sucesión de escenas de pupilas dilatadas, drogas, flashes, multitudes, excesos, inestabilidad emocional, duelos sin transitar? Buenas preguntas. Hay que llegar a los últimos minutos de la película para entender que no van a tener una respuesta contundente, pero que el hecho de formularlas es un gran paso.
Mientras desde un mundo interior escapan distintas versiones de Robert Williams que lo hostigan y menosprecian, el mundo exterior que había parecido prometedor declara que ya no forma parte de él. Desde la ventana de la casa de Gary Barlow, Nigel, el mánager, lo observa y le dedica una sonrisa petulante. Robbie Williams, a quien concibe como su producto, ha sido desechado y Take That continuará sin él.
La canción que acompaña esta doble salida, de la casa y de la banda, transmite a la perfección la frustración, el dolor, la confusión, el enojo y la angustia de un Robbie Williams que se desmorona. Come undone tiene las notas y los golpes necesarios para los recuerdos que se evocan y los giros peligrosos que Robbie efectúa, hasta que se ahoga en ellos. Y en ese momento, aparece su voz para decir una verdad que si bien trae algo de alivio, tampoco es que tranquiliza completamente. Robbie saldrá, porque necesita ganar esa competencia contra los otros (y contra sí mismo): “ So need your love, so fuck you all/ I'm not scared of dying, I just don't want to”.
No puedo saltearme lo que viene inmediatamente a continuación, confieso que es de mis partes favoritas de la película. El agua, qué elemento con cuánta carga simbólica, nos conduce a Nicole Appleton y a otra canción emblemática, con una coreografía comparable a “A million dreams” de The greatest Showman. Entre paso y paso, vemos cómo se construye el vínculo entre ellos dos, y cómo acaba. Una vez más, lo que parecía ser el comienzo de una etapa en la que Robbie podría crecer musical y emocionalmente se resquebraja.
Nadie puede detenerlo; su ansia de reconocimiento (bastante evidente con la reaparición de su padre) devora los pocos resquicios que le quedaban de una infancia y juventud con cierta escasez sí, pero calidez también. Las representantes de esa época de su vida, madre y abuela, no tienen demasiado lugar y no porque no quieran. Pareciera que Robbie sabe que debe mantenerlas alejadas de la ola de destrucción que lo arrastra. La recta final de la película se acerca, y si ya se han derramado algunas lágrimas, ahora vienen las escenas que deshidratan a cualquiera.
Pero que no se crea que el mérito de esta producción es que hace llorar hasta a una roca. Lo más destacable de todo es que construye una narrativa utilizando con mucha precisión elementos que, si estuvieran mal combinados, podrían conducir al desastre. Better Man no le teme a lo simbólico -ya hablé sobre el mono, por ejemplo- y tampoco a lo explícito, a lo literal.
El conflicto interno de Robbie Williams, su depresión y desasoiego, tienen su correlato en escenas que no dejan nada a la imaginación. El mono esnifa cocaína, toma pastillas, mezcla todo con alcohol, insulta, maltrata a otros. Por eso no siempre es víctima; por eso se puede sentir mucha compasión por él, pero también indiginación; por eso, la “redención consigo mismo”, con la canción correspondiente de fondo (no diré cuál) llega cuando tiene que llegar. En este sentido, la prolijidad de la película no debe reflejar las vivencias del cantante: condensa y resume muchísimos momentos, combina y se permite desviarse de la realidad. No tengo quejas al respecto, el mensaje es clarísimo: Robbie Williams se sobrevive a sí mismo todos los días; tiene que decidir constantemente recordar su promesa y deseo de ser un mejor hombre: “As my soul heals the shame/ I will grow through this pain/ Lord, I'm doin' all I can/ To be a better man”.
Podría seguir escribiendo mucho más, pero voy a intentar cerrar esta reseña.
Better Man es Robbie Williams mirándose a sí mismo, con lo desafiante que el proceso le pudo parecer; así que es cruda, honesta, desgarradora, entretenida, avasallante. Deja al espectador con la sensación de que la dramática escena del festival de Knewborth está a la vuelta de la esquina, de que para llegar a cantar “My Way” en un auditorio, e iniciar el camino de reconstrucción de vínculos sanos, hay que luchar por conectar con la versión de uno mismo que menos daño inflinge. Si es necesario, volver a comer papas fritas y mirar la televisión con ciertas ausencias.
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